El estudio de la evolución humana nos revela la indudable importancia de los cambios climáticos en el devenir de nuestra genealogía. Los inicios, hace unos seis millones de años, coincidieron con el comienzo de un enfriamiento del planeta. Este cambio, que significó el final del clima cálido global del Mioceno, no tuvo incidencias relevantes para la vida de los primeros homininos. La seguridad de su hábitat en los bosques africanos apenas fue alterada por el clima. Pero la persistencia en el enfriamiento y sequedad del Plioceno no solo terminaron por construir el mayor desierto del planeta, sino por modificar el paisaje del este y el sur de África. Durante los últimos tres millones de años los cambios han sido cíclicos y de intensidad creciente. El período que media entre 3 y 2,5 millones de años fue clave para los cambios evolutivos que desembocaron en la aparición del género Homo. Es el tiempo en el que se producen importantes cambios anatómicos en la mano, que permiten el desarrollo de la primera tecnología, y se generaliza el consumo de carne de grandes mamíferos. También es posible, pero no seguro, que comience el incremento del tamaño cerebral que ha caracterizado al género Homo. Sobre este último acontecimiento faltan datos en el registro fósil. Tenemos que esperar a la entrada en escena de Homo habilis, hace poco menos de dos millones de años. Para entonces, el tamaño del cerebro ya se había disparado con un incremento de hasta el 50 por ciento con respecto al de los primeros homininos.
La sucesión de ciclos glaciales e interglaciares durante el periodo entre 3,0 y 1,2 millones de años tuvo una regularidad de 41.000 años y su intensidad fue creciente. El último millón de años fue mucho más complejo, con ciclos de larga duración y extraordinaria intensidad. En todos los casos, la influencia de los cambios orbitales (excentricidad, precesión de los equinoccios, inclinación del eje de la Tierra y los cambios en el plano de la eclíptica) parece ser el factor más importante de los ciclos climáticos, pero no el único. Estos cambios fueron cruciales para explicar la notable diversidad de los homininos del último millón de años. La explicación de esa diversidad reside en el aislamiento prolongado y la deriva genética de todos los grupos humanos, debido a las barreras geográficas reguladas por los cambios climáticos (cadenas montañosas, puentes intercontinentales, insularidad, etc.)
Los cambios climáticos condicionaron la distribución de los recursos naturales y la habitabilidad de los territorios. La hegemonía de una región determinada podía desaparecer por completo con el paso del tiempo. Esa región podía transformarse en un verdadero erial no apto para la vida. Las poblaciones se movieron con enorme lentitud en función de esos cambios y muchas se extinguieron. Por cierto, Europa y en general la regiones más septentrionales del hemisferio norte, fueron casi siempre el verdadero “tercer mundo” de la prehistoria debido a su inestabilidad climática.
En definitiva, la prehistoria nos enseña que todo cambia. Nada es inmutable y el tiempo pasa muy deprisa. La prehistoria nos permite predecir el futuro, con la salvedad de que ahora existen factores que la humanidad jamás ha conocido. En la actualidad nadie puede discutir la aceleración del cambio climático y que la ciencia no ha progresado lo suficiente como detener su avance y atajar sus consecuencias. Muchos recursos desaparecerán y otros cambiarán de manos. Los modelos sociales, demográficos, económicos y políticos están cambiando a gran velocidad, en paralelo a las modificaciones (de consecuencias casi imprevisibles) que introduce el factor humano en las condiciones climáticas. Para un especialista en ciencias humanas los próximos años del siglo XXI serán sin duda muy entretenidos. Ojalá las generaciones venideras lo puedan contar.
Figura. Aspecto de Europa durante una fase glacial del Pleistoceno. Una capa de hielo de hasta 100 kilómetros de espesor cubría entonces la mayor parte del norte de Europa. Regiones como los actuales estados de Francia, Austria, Suiza o propio el norte de Italia fueron tundras y estepas inhabitables. La vida de muchas especies, incluidas las humanas, solo era posible en las penínsulas mediterráneas, cubiertas de bosques húmedos y relativamente templados. Nótese la configuración de las costas, diferente a la de la actualidad. Por ejemplo, de haber existido entonces, la ciudad de Venecia estaría situada a 100 kilómetros de la costa.
Autor: José María Bermúdez de Castro.